Los gobiernos populistas pueden ser de cualquier ideología política—pero muchos de ellos repiten patrones económicos similares. Los repasamos.
El populismo es un viejo amigo de América Latina. Lleva en nuestra región hace casi un siglo y prácticamente todos los países han tenido su propia versión. De izquierda o de derecha, su principal característica es la polarización de la sociedad, ya que los líderes populistas generalmente afirman representar a los individuos históricamente desplazados del poder económico/político.
A nivel mundial, el populismo ha ido en aumento, emergiendo como el "gran cambio" que puede resolver los problemas socioeconómicos clave de la sociedad (sin importar qué tan profundamente arraigados estén), a menudo a través de políticas fiscales y monetarias que desafían los principios económicos ortodoxos. Más recientemente, también se ha caracterizado por un acercamiento a China, a medida que las alianzas occidentales tradicionales han empezado a cuestionarse.
A finales de mayo de este año, Colombia eligió a Gustavo Petro como presidente. La victoria del exguerrillero fue el resultado de una campaña con promesas de profunda reforma del sistema tributario, rápida transición hacia las energías renovables, política industrial proteccionista orientada a la sustitución de importaciones y reforma del sistema de pensiones y subsidios crediticios, entre otros. Más allá de los argumentos sobre la viabilidad económica de su agenda política, su marcado discurso antisistema y enfoque antagónico hacia los medios locales ha generado preguntas sobre si realmente atenderá las desigualdades crónicas del país o simplemente creará obstáculos adicionales al potencial crecimiento económico.
Petro llega como el último de una larga lista de líderes populistas que se han apoderado del escenario político de la región en los últimos 20 años. Si bien las políticas están determinadas por las idiosincrasias de cada país, existen varios puntos en común:
1. El crecimiento se contrae a medida que el consumo se ve frenado por la falta de inversiones y creación de empleo, lo que deja a los gobiernos altamente endeudados y, por lo general, con un problema de alta inflación, como se muestra en el gráfico abajo. Esto ocurre aun cuando los déficits fiscales aumentan, principalmente para financiar gastos corrientes. También existe un interés común en incrementar la penetración del crédito, especialmente para los grupos con menor acceso a los servicios financieros tradicionales. El único gobierno de nuestra muestra en el que el crecimiento económico realmente mejoró fue en el de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) en Brasil, que a su vez posiblemente se benefició del superciclo de las materias primas que se dio durante su mandato.
3. Énfasis en las exportaciones de productos básicos. América Latina está muy apalancada en las materias primas. Desde los alimentos hasta el petróleo, las materias primas representan en promedio un 76% de las ventas totales al extranjero de las nueve principales economías de la región. Muchos líderes populistas han aprovechado los recursos naturales de sus respectivos países y superciclos de precios de las materias primas para financiar gastos sociales y corrientes (Venezuela, así como Brasil con Lula). Otros, independientemente de los vaivenes del mercado, se mantienen firmes en mantener el control estatal sobre la riqueza nacional.
4. Desafío a las instituciones y el Estado de Derecho, y re-centralización de los procesos de toma de decisiones. En respuesta al descontento social generalizado y la polarización política, los movimientos populistas tienden a ondear la bandera de “a grandes problemas, grandes soluciones”. Estos gobiernos se han correlacionado en gran medida con un mayor grado de concentración de poder y menos mecanismos efectivos de rendición de cuentas. La insuficiencia de garantías alrededor del Estado de Derecho y las regulaciones vigentes conduce a un entorno adverso para las inversiones y la creación de empleo, lo que inicia un ciclo de retroalimentación negativa y antagonismo del líder populista contra el capital privado y gobiernos extranjeros, y la disminución de la creación de empleo. En la historia reciente, Brasil ha sido una excepción con los juicios de Lava Jato, que demuestran la fortaleza institucional del país, independientemente de quién ocupe la presidencia.
A la economía le importa, pero a los mercados no
En nuestro análisis de las últimas ocho administraciones populistas en la región, encontramos que, si bien los indicadores macroeconómicos se deterioran notablemente, como se ve en el segundo gráfico arriba, la reacción de los mercados al deterioro del entorno vertical se limita a una fuerte depreciación de la moneda. Para nuestra sorpresa, los de renta variable reaccionan positivamente, tanto con una aceleración del crecimiento de las ganancias como con los índices de acciones superando a los puntos de referencia. Por su parte, los de renta fija se muestran más cautelosos, ya que las tasas se expanden en línea con los crecientes déficits. Lo que es claro y constante en los países analizados es que, si bien la reacción inicial del tipo de cambio ante un gobierno populista parece bastante apagada, luego se compensa con la fuerte devaluación de las monedas locales frente al dólar, a medida que empeora la perspectiva macroeconómica del país.
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Petro asumió el cargo a principios de agosto y, si bien su retórica ha llamado la atención, sus próximos nombramientos del gabinete y acciones políticas serán clave para determinar el futuro de la política colombiana. Además, el hecho de que su presidencia comience en el contexto de un congreso fragmentado (ningún partido o coalición tiene mayoría), va a requerir de compromisos y negociaciones multipartidistas para poder impulsar su agenda.
En Brasil, tanto la agenda de Lula como la de Jair Bolsonaro podrían adquirir un tinte más populista, pero el arraigado respeto del país por las instituciones y el pragmatismo de los candidatos deberían reducir el riesgo de políticas económicas o sociales radicales.
Para determinar si hay motivos de preocupación, se deben tener en cuenta y seguir de cerca las tendencias del déficit público y el tipo de cambio estructural. A más largo plazo, es difícil pensar en un escenario libre de populismo en la región hasta que se aborde, al menos parcialmente, la larga deuda social generada por la desigualdad.