Estrategia de inversión
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Conclusiones clave:
Desde la implementación de los aranceles del "Día de la Liberación" del presidente Donald Trump, el dólar ha estado bajo presión. Si bien los mercados globales han enfrentado dificultades, resulta notable que la volatilidad se haya concentrado particularmente en los activos estadounidenses, con algunos días marcados por ventas simultáneas de acciones, bonos y dólares, algo poco habitual.
En nuestra opinión, una incertidumbre política sin precedentes está minando la confianza de los inversionistas globales en los mercados estadounidenses. Como resultado, están exigiendo una mayor prima por mantener activos en Estados Unidos y reconsiderando sus significativas asignaciones. Todo esto está debilitando la típica posición de "refugio" del dólar.
Estados Unidos compra más de lo que vende al resto del mundo, lo que genera un déficit externo que debe financiarse con significativas entradas de capital extranjero. Durante la última década, esto no ha representado un problema, dado el atractivo de los mercados estadounidenses. Sin embargo, si ese interés disminuyera de manera estructural, el resultado podría ser un dólar más débil y un menor desempeño de los activos en Estados Unidos. Un ejemplo reciente de este fenómeno se observó en Reino Unido en 2022, cuando surgieron preocupaciones en torno a su estabilidad financiera.
Sin embargo, este cambio en las inversiones de cartera y asignación de divisas no ocurrirá de la noche a la mañana. El predominio de Estados Unidos ha sido un rasgo distintivo de la era posterior a la crisis financiera, durante la cual su participación en el MSCI Mundo ha alcanzado su nivel más alto registrado. Los inversionistas extranjeros también han estado cubriendo una proporción menor de su exposición cambiaria dentro de esos activos.
Por lo tanto, es importante diferenciar entre los tipos de inversionistas que están impulsando los recientes movimientos de la moneda estadounidense: 1) los operadores especulativos, que han estado vendiendo dólares en lo que va de año, y 2) las instituciones y otros inversionistas de 'dinero real', que están ajustando sus asignaciones estructurales.
En cuanto a este último punto, datos recientes sobre flujos de capitales han mostrado que, mientras los inversionistas nacionales han estado comprando durante la caída de las acciones, los extranjeros han estado vendiendo a un ritmo récord, superando incluso lo observado durante la crisis del COVID1. Y no se trata solo de acciones: los inversionistas internacionales, especialmente en Europa, han estado vendiendo activos estadounidenses de manera atípica. Dicho esto, no creemos que la posición del dólar como moneda de reserva mundial esté en riesgo a corto plazo, pero si esta rotación de activos continúa, podría transformar la actual caída cíclica de la moneda en un debilitamiento más estructural.
Para contextualizar, los períodos previos de debilidad del dólar (1970-80, 1985-92, 2002-08) generalmente han resultado en una depreciación de 40% en un lapso de cinco a 10 años. No es que esto esté sucediendo, pero buscamos que las carteras se posicionen de manera adecuada en caso de que ocurra.
La economía y mercados estadounidenses han tenido un desempeño superior durante años. Esto ha llevado a una alta concentración de dólares en las carteras a lo largo del tiempo, a menudo sin que los inversionistas lo sepan.
Este año ha puesto de relieve los riesgos potenciales que esto puede implicar. Considere una inversión en una cartera global con 60% de acciones y 40% de bonos a principios de este año. Para un inversionista basado en euros que no hubiera considerado su exposición a divisas, esa cartera habría caído más de 10% en moneda local al 10 de abril. Sin embargo, si hubiera cubierto la inversión con euros, esas pérdidas se habrían reducido a la mitad (5%). Aunque no es un buen resultado, sin duda es un escenario menos negativo.
Dado que los riesgos para el dólar parecen estar sesgados a la baja, creemos que los inversionistas (en particular aquellos cuyo patrimonio está denominado en otra moneda) deberían revisar sus asignaciones de divisas como parte de un plan general basado en objetivos.
Cada situación es única y depende de las necesidades de gasto diarias de cada persona. Sin embargo, desde una perspectiva puramente de diversificación, consideramos las reservas de los bancos centrales como un punto de partida. Al igual que muchos inversionistas, los bancos centrales tienen horizontes temporales muy largos, con el objetivo principal de preservar el poder adquisitivo, priorizando la liquidez y la seguridad, al tiempo que buscan retornos. Con casi 13 billones de dólares en activos bajo gestión, su sesgo se inclina hacia una mayor asignación a divisas de mercados financieros profundos y líquidos, que ofrecen un amplio universo de activos para invertir. Las mayores asignaciones en divisas distintas del dólar estadounidense se destinan al oro, así como a valores denominados en euros, yenes japoneses y libras esterlinas, junto con algunas otras monedas con fines de diversificación, como el renminbi chino, franco suizo, dólar australiano y dólar canadiense.
Podríamos considerar una mayor exposición a monedas de reserva alternativas con una menor correlación con el crecimiento global. En este sentido, creemos que el euro y el yen japonés son los candidatos más obvios para beneficiarse de una rotación de las inversiones. A noviembre de 2024, los inversionistas europeos, por ejemplo, poseían más de 4.5 billones de dólares en acciones corporativas estadounidenses.
También creemos que el oro puede seguir funcionando como un buen diversificador frente a la debilidad del dólar, como ha sucedido históricamente. Debido a su naturaleza como reserva física de valor, ha ganado popularidad a medida que las tensiones geopolíticas han aumentado. Sin embargo, para los inversionistas individuales, el hecho de que este activo no genere rendimiento implica que es crucial considerar la importancia de los ingresos en la cartera al decidir una asignación adecuada.
No existe una forma perfecta de diversificar la exposición a otras monedas. Sin embargo, a modo de ejemplo, para una cartera 100% en dólares, podría considerar aumentar gradualmente la exposición a otras divisas hasta alcanzar 30% a largo plazo (este porcentaje coincide con el del índice MSCI Mundo).
Asignaríamos la mayor parte de ese 30% a activos denominados en euros, donde vemos oportunidades tanto en renta variable como fija. Las siguientes mayores asignaciones se destinarían al oro (ya sea en formato físico u otro) y al yen japonés (con oportunidades en renta variable). Las inversiones restantes serían de menor tamaño, pero podrían ofrecer una diversificación muy necesaria con mayores rendimientos.
Ante la posible tendencia a la baja del dólar, es razonable revisar la exposición de las carteras a Estados Unidos. Creemos que complementarla con un posicionamiento más global en activos y divisas tiene sentido en este contexto.
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