Estrategia de inversión
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La inteligencia artificial (IA) podría estar transformando el mercado laboral.
De hecho, ya se perciben señales de este cambio: los recién graduados universitarios enfrentan mayores dificultades para encontrar empleo1. Asimismo, este año Microsoft anunció el recorte de unos 15 mil puestos de trabajo mientras destina más recursos al desarrollo de sus capacidades en IA2.
El impacto podría ampliarse aún más. Los inversionistas de capital riesgo y los gestores de capital de crecimiento ven una oportunidad de mercado de seis billones de dólares en los 71 millones de trabajadores del conocimiento en Estados Unidos (con un salario anual promedio de 85 mil dólares). A su vez, el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que más del 60% de los empleos en el mundo desarrollado podría verse afectado por la IA3.
Ahora bien, esta transformación también podría tener consecuencias negativas. Dario Amodei, director ejecutivo de la empresa de IA Anthropic, ha señalado que la IA podría elevar la tasa de desempleo hasta un 20%4. Ello plantea preguntas inevitables: si esta tecnología realiza todas las tareas, ¿quién generará ingresos para consumir bienes y servicios? ¿Cómo puede beneficiar a la economía y a los mercados si implica una pérdida masiva de puestos de trabajo?
La historia, sin embargo, ofrece un contrapunto alentador. Un repaso de las innovaciones tecnológicas muestra un patrón más matizado y razones para el optimismo. Desde la máquina de vapor hasta la electricidad y la computadora, los avances no condujeron a un desempleo generalizado. Por el contrario, redujeron de manera drástica el costo del transporte, la energía industrial y el procesamiento de información, lo que reconfiguró los patrones de demanda. Surgieron nuevas funciones que, con el tiempo, compensaron con creces las pérdidas de las tareas obsoletas.
En este contexto, creemos que la IA podría seguir una trayectoria similar: primero una intensa rotación de tareas y, después, un amplio crecimiento de la productividad. Además, la gestión macroeconómica moderna —inspirada en la teoría keynesiana y perfeccionada a través de las crisis como la financiera global y la de COVID— podría amortiguar el impacto en el empleo.
A comienzos del siglo XIX, la máquina de vapor revolucionó la industria textil y el transporte. Los tejedores manuales fueron los primeros en sufrir la disrupción de los telares mecánicos: entre 1806 y 1820, sus salarios reales se redujeron a la mitad.
De manera similar, los trenes de vapor dejaron obsoletos a barqueros y carreteros. Sin embargo, la producción textil y el consumo se dispararon, mientras que las tarifas de transporte terrestre cayeron. Estos cambios generaron una nueva demanda de mano de obra en sectores en expansión como la minería del carbón, el mantenimiento ferroviario y el comercio minorista urbano.
Décadas más tarde, la electricidad amplió la promesa del vapor. En 1899, menos del 5% de las fábricas en Estados Unidos tenían electricidad, mientras que para 1929 la cifra superaba el 75%. Las lámparas de gas fueron reemplazadas, lo que prácticamente eliminó el empleo de los faroleros. No obstante, la producción se multiplicó.
La electricidad también dio lugar a nuevas industrias, innovaciones y ocupaciones, a medida que el costo marginal de la luz, el sonido y el movimiento cayó casi a cero. Las tiendas pudieron ampliar sus horarios más allá del anochecer y los proyectores eléctricos y la iluminación segura en interiores hicieron posible la aparición de los cines y la industria cinematográfica. Los ascensores transformaron el cielo en espacio habitable y los electrodomésticos redujeron de forma significativa la carga de tareas como el lavado, limpieza y conservación de alimentos.
Nadie habría podido anticipar todas las dimensiones del impacto de la electricidad cuando Thomas Edison iluminó Pearl Street por primera vez.
Décadas después, la combinación de electricidad, transistores y circuitos integrados permitió el desarrollo de la computadora en los años cincuenta y sesenta. El procesamiento de información —el arte de recopilar, organizar, almacenar, recuperar y comunicar datos para tomar decisiones— cambió por completo. Los bancos automatizaron tareas que antes realizaban miles de contadores y auxiliares contables y, tras la llegada del cajero automático, el número de empleados por sucursal cayó de 20 a 13.
Sin embargo, estas innovaciones también permitieron a los bancos abrir muchas más oficinas, lo que incrementó el empleo en términos generales. Al mismo tiempo, la reducción de los costos de organización de datos y de cálculo aritmético facilitó que las empresas de tarjetas de crédito y las aerolíneas expandieran sus redes nacionales. Los taquígrafos quedaron obsoletos, pero la demanda de programadores y analistas financieros se disparó. Además, las compañías alcanzaron mayores niveles de eficiencia: en la década de 1980 se necesitaban ocho empleados para generar un millón de dólares en ingresos, mientras que en los 2000 bastaban seis.
Esto evidencia otra tendencia de largo plazo: las innovaciones más recientes están contribuyendo con mayor rapidez al crecimiento de la productividad.
Con el paso del tiempo, los beneficios de estas transformaciones tecnológicas se han hecho evidentes. No obstante, la revolución de la IA podría parecerse a otras dos transiciones de gran alcance que conviene tener presentes.
La primera es la mecanización de la agricultura, impulsada por tractores de combustión interna, cosechadoras autopropulsadas, recolectoras mecánicas de algodón, semillas híbridas, fertilizantes sintéticos, pesticidas y sistemas de riego por pivote central. En Estados Unidos, la producción agrícola se disparó y la productividad alcanzó niveles inéditos, mientras que el empleo en el sector cayó de unos 10 millones en 1930 a apenas 3,5 millones en 1970. Paralelamente, la calidad y disponibilidad de los alimentos aumentaron, los precios descendieron y tanto las ciudades como los suburbios vivieron una etapa de auge.
La segunda es la globalización, que permitió a las empresas elevar su productividad accediendo a mano de obra más barata. Este proceso golpeó con fuerza al empleo manufacturero en Estados Unidos —y en buena parte del mundo desarrollado— entre 1979 y 2019, el país perdió más de 6,5 millones de puestos. La disrupción impactó profundamente el Rust Belt (la región manufacturera del noreste y medio oeste del país) y generó consecuencias sociales y políticas que aún persisten. Al mismo tiempo, impulsó mayores beneficios corporativos, márgenes más amplios, menor inflación en bienes y una economía menos cíclica.
A diferencia de esas transiciones, que se desplegaron a lo largo de décadas, la adopción de la IA avanza con mucha más rapidez: ChatGPT se acerca a los mil millones de usuarios en poco más de dos años. No obstante, la incorporación plena en las empresas llevará más tiempo.
Estudios recientes muestran que el 60% de las consultas laborales dirigidas a Claude —un modelo líder de IA— están relacionadas con la ampliación de capacidades y no con la automatización. Esto sugiere que esta tecnología complementará el trabajo mucho antes de sustituirlo. La integración profunda exigirá años de reorganización de la arquitectura de datos y rediseño de procesos. Es posible que los mercados financieros comiencen a anticipar los beneficios desde ahora, pero podrían pasar varios años antes de que se reflejen en el empleo.
Por otra parte, se estima que actualmente solo en torno al 2,5% de los puestos está en riesgo de automatización. Además, los seres humanos mantienen ventajas comparativas que deberían perdurar: sentido común, capacidad de inferencia causal, destreza, inteligencia emocional, responsabilidad en contextos de alta exigencia, aprendizaje adaptativo y motivación intrínseca, entre otras.
Estas transiciones de largo plazo en el mercado laboral no estuvieron exentas de dificultades cíclicas. En la etapa previa al keynesianismo, la gestión macroeconómica rudimentaria —marcada por la rigidez del patrón oro, ausencia de estabilización fiscal y falta de liquidez de los bancos centrales— provocó dolorosos ciclos de auge y recesión, algunos de los cuales ocasionaron pérdidas masivas de empleo. En la década de 1970, los impactos derivados del precio del petróleo y de la depreciación del poder adquisitivo del dólar desencadenaron un prolongado periodo de estanflación, incluso mientras las empresas adoptaban la computación, reasignaban mano de obra y aumentaban su productividad.
Hoy, tanto los empleadores como los responsables de política pública disponen de herramientas para amortiguar los posibles efectos adversos de la IA, especialmente durante sus primeras etapas. La Reserva Federal, por ejemplo, parece contar con margen suficiente para flexibilizar la política monetaria y estimular la demanda en sectores sensibles a las tasas de interés, como la vivienda, en caso de que se incremente la holgura en el mercado laboral por la disrupción tecnológica.
A su vez, los empleadores pueden fortalecer la confianza al sustituir tareas de bajo valor o poco gratificantes y ofrecer programas de capacitación que permitan reubicar a sus trabajadores en nuevas funciones. Por su parte, los gobiernos pueden contribuir a suavizar los impactos incentivando programas de formación de aprendices y promoviendo un seguimiento transparente de los sectores con mayor redundancia laboral.
A pesar de los impactos cíclicos, la historia demuestra que los grandes avances tecnológicos generaron reducciones de precios que, a su vez, impulsaron un incremento del consumo y desencadenaron auges de productividad. Algunas tareas quedaron obsoletas, pero la demanda global de trabajo creció. La máquina de vapor incrementó la necesidad de mineros de carbón, la electricidad requirió equipos para operar plantas de energía y la computadora dio origen a la figura del analista de Wall Street.
Actualmente, la IA generativa está reduciendo el costo del conocimiento, lo que permitirá a más personas acceder a niveles más altos de conocimiento especializado. La asesoría legal personalizada será cada vez más accesible para hogares y pequeñas empresas y los proyectos inmobiliarios de bajo presupuesto podrán contratar servicios de diseño arquitectónico de calidad. Asimismo, el triaje diagnóstico basado en IA podría disminuir el costo por paciente en los hospitales y, al mismo tiempo, aumentar la capacidad de atención. Desde una perspectiva macroeconómica, esta tecnología también podría ayudar a compensar los riesgos que enfrenta la población en edad de trabajar debido al cambio demográfico y a políticas migratorias más estrictas.
Es poco probable que las compañías trasladen por completo los ahorros derivados de la IA a sus accionistas. Lo más probable es que los reinviertan en nuevas oportunidades de crecimiento. El avance de la tecnología también impulsará el empleo en las empresas que desarrollan aplicaciones de software e infraestructura de datos, así como en aquellas que integren estas herramientas en procesos y sistemas ya existentes. Algunos profesionales del sector tecnológico incluso se presentan como arquitectos de IA, expertos en diseñar aplicaciones de inteligencia artificial.
La demanda de actividades y servicios de ocio podría aumentar a medida que los trabajadores del conocimiento pasen menos tiempo en la oficina. Al mismo tiempo, la IA asumirá funciones que hoy no se realizan, como llamadas de prospección o de servicio al cliente saliente.
En esencia, la propuesta de valor de la IA es clara: reducir costos y aumentar la producción empresarial al elevar la productividad de los trabajadores y volver obsoletas determinadas tareas. Dicho de otro modo, el mercado potencial de la IA es el trabajo humano.
La experiencia de generaciones anteriores de innovaciones tecnológicas indica, además, que la IA no solo incrementará la productividad y el crecimiento económico, sino que también abrirá nuevos canales de demanda agregada sin causar un daño permanente al empleo. Se trata de disrupción, no de destrucción. Por ello, vemos una oportunidad de retornos extraordinaria en las compañías que lideren el auge de esta tecnología y en las organizaciones que logren adoptarla de manera efectiva.
Para obtener más información sobre inversiones en inteligencia artificial que se pueden ajustar a sus necesidades y objetivos, comuníquese con su equipo de J.P. Morgan.
1 Derek Thompson, “Something Alarming Is Happening to the Job Market,” The Atlantic, April 30, 2025, https://www.theatlantic.com/economy/archive/2025/04/job-market-youth/682641.
2 Alex Halverson, “Microsoft to Lay Off About 9,000 Employees in Latest Round, Seattle Times, July 2, 2025, https://www.seattletimes.com/business/microsoft/microsoft-to-lay-off-as-many-as-9000-employees-in-latest-round.
3 Kristalina Georgieva, “AI Will Transform the Global Economy. Let’s Make Sure It Benefits Humanity,” IMF.org, January 14, 2024, https://www.imf.org/en/Blogs/Articles/2024/01/14/ai-will-transform-the-global-economy-lets-make-sure-it-benefits-humanity.
4 Jim Vandenhei and Mike Allen, “Behind the Curtain: A White Collar Bloodbath,” Axios, May 28, 2025, https://www.axios.com/2025/05/28/ai-jobs-white-collar-unemployment-anthropic.
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