Estrategia de inversión
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En el ámbito político, se celebraron varias elecciones relevantes, entre ellas la de Zohran Mamdani, quien resultó electo alcalde de Nueva York. Su liderazgo introduce ideas frescas, aunque también despierta inquietudes sobre la disciplina fiscal. Nuestra lectura: si bien el nuevo alcalde dispone de ciertas atribuciones, los cambios de fondo requerirán cooperación con el Concejo Municipal y el gobierno estatal. En otras palabras, es poco probable que se produzcan giros significativos en el corto plazo.
Uno de los contrastes más evidentes de este año es la creciente distancia entre la economía real y Wall Street. El crecimiento salarial se ha moderado, con el indicador de la Reserva Federal de Atlanta en torno al 4%, mientras que la confianza del consumidor se ha debilitado: el índice de la Universidad de Míchigan cayó a 53,6 en octubre, frente a 70,5 hace un año. En cambio, las utilidades y los márgenes del S&P 500 continúan en ascenso, con un margen neto promedio de 12,9% en el tercer trimestre, por encima del nivel de los últimos cinco años. De ahí la conocida frase “los mercados no son la economía”.
Pero, ¿qué significa esto realmente? Las acciones suelen avanzar al ritmo de las utilidades corporativas, mientras que la economía se mueve al compás de los salarios y el consumo. Por eso el S&P 500 puede seguir subiendo incluso cuando el ánimo general se mantiene apagado.
Desde el año 2000, las utilidades por acción del S&P 500 han aumentado cerca de 356% y su retorno total, aproximadamente 632%. En ese mismo período, el Producto Interno Bruto (PIB) nominal creció alrededor de 200%, y la “empresa promedio”, según el índice geométrico de Value Line, apenas 47%. Esa brecha en crecimiento y rentabilidad explica por qué el mercado financiero parece vivir en un mundo distinto al de la economía cotidiana.
A continuación, profundizamos en tres observaciones clave que explican esta diferencia:
1. La economía estadounidense se sustenta en los servicios, mientras que el S&P 500 está más concentrado en bienes y plataformas tecnológicas.
Aproximadamente dos tercios del gasto de consumo personal se destinan a servicios, por lo que los hogares perciben el pulso de la economía a través de rubros como la vivienda, la salud, la comida fuera del hogar y los viajes.
En cambio, el S&P 500 se inclina hacia empresas de productos y plataformas. Solo el sector tecnológico representa cerca de un tercio del total (~36%), y otras industrias, como bienes de consumo, maquinaria industrial, energía y materiales, concentran una parte relevante de la capitalización bursátil. En conjunto, las áreas relacionadas con la producción aglutinan alrededor del 25% del valor total del índice.
Esta mayor exposición a tecnología y bienes ayuda a explicar por qué las acciones pueden subir incluso cuando la economía real parece débil: las grandes empresas que cotizan en bolsa suelen operar con márgenes elevados y a escala global.
2. La economía estadounidense es principalmente interna, pero alrededor del 30% de las ventas del S&P 500 proviene del exterior.
Estados Unidos es una economía relativamente cerrada: las exportaciones representan solo cerca del 11% del PIB, por lo que la mayor parte del crecimiento se genera dentro del país. En cambio, las empresas del S&P 500 obtienen entre 28% y 30% de sus ingresos en el extranjero, proporción que en el sector tecnológico se eleva hasta cerca del 55%. Esto significa que la demanda externa y las variaciones cambiarias pueden incidir en el índice incluso cuando los datos económicos nacionales son débiles.
Además, un dólar más débil impulsa las utilidades obtenidas en el exterior al convertirlas a moneda local. Estimaciones recientes sugieren que una depreciación del 10% podría sumar alrededor de 2% al crecimiento de las utilidades por acción del S&P 500.
3. La economía estadounidense tiende a moverse al ritmo de los salarios, mientras que el S&P 500 responde a las utilidades por acción.
Empecemos por lo básico: el crecimiento del PIB se apoya en los salarios y el gasto de los hogares. Cuando los ingresos aumentan y las horas trabajadas se amplían, la economía tiende a acelerarse.
Los mercados, en cambio, funcionan de otra manera. Los precios de las acciones dependen de las utilidades por acción, es decir, de las ganancias, los márgenes y el efecto de las recompras, que reducen el número de títulos en circulación. ¿Qué ha pasado últimamente?
En resumen: en esta etapa, el crecimiento impulsado por el capital supera al basado en las nóminas. La expansión de la inteligencia artificial es un ejemplo claro: grandes inversiones en centros de datos y equipos, más que un aumento significativo de las contrataciones. Esta dinámica favorece las utilidades empresariales más que los salarios, lo que permite que el S&P 500 avance más rápido que el PIB incluso cuando el mercado laboral se desacelera.
En conjunto, se ha hablado mucho de la brecha entre la economía y las bolsas: incertidumbre en la vida cotidiana frente a indicadores bursátiles cercanos a máximos. Es una situación incómoda, pero comprensible. Los mercados se enfocan en las ganancias, los márgenes y el crecimiento por acción, no en la evolución diaria de los salarios ni del sentimiento de la población. Y en este ciclo, estos tres factores clave apuntan en la misma dirección.
También estamos atravesando un cambio estructural: mayor riesgo político, un populismo más estridente y titulares cada vez más volátiles. Los mercados pueden pasar por alto ese ruido mientras las utilidades se mantengan sólidas, como ha ocurrido este año. Por eso la brecha puede prolongarse: el índice premia a las empresas con modelos escalables capaces de seguir incrementando sus ganancias, incluso cuando el crecimiento de la economía general se modera.
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